Las tradiciones culturales no son ni buenas ni malas, son producto del desarrollo de las propias sociedades. Y suele ocurrir, sobre todo en sociedades históricas, que el paso del tiempo y la evolución moral condiciona el modo en que nos manifestamos públicamente en los distintos ámbitos culturales. Y pasa que lo que antes nos parecía divertido y era elemento de cohesión social, ahora lo consideramos aberrante: En Tordesillas el toro de la Vega, los bous a la mar en Dénia, los patos al agua en Sagunto o la fiesta de los gansos en Lekeitio…
Terrassa ha sido un ejemplo de actualización de las fiestas en relación con los animales. Se celebran muchas que son consecuencia de una conjunción histórica de los seres humanos con los animales que nos han acompañado a lo largo de la historia, o bien porque nos lo hemos comido, porque han trabajado para nosotros o porque nos sirven de guía, guarda o compañía. El progreso en términos generales pone en evidencia que esa relación está cambiando, no solo por una cuestión de necesidad, sino por un deber moral hacia nuestros congéneres no humanos de manera más inmediata.
Oficialmente en España se asume que ningún animal será sometido a malos tratos ni actos de crueldad; y si fuera necesaria la muerte de un animal, ésta debe ser instantánea, indolora y no generadora de angustia. Otra cosa es cómo conseguimos que esta máxima se cumpla por parte de las distintas administraciones, y cómo la sociedad toma conciencia de una exigencia moral que las generaciones más jóvenes impulsan con vehemencia.
Y estábamos en este debate sobre cómo debemos gestionar la participación de animales en las fiestas de Terrassa, cuando un señor teniente de alcalde del Ayuntamiento de Terrassa llama racista a un concejal de la oposición porque éste denuncia imposiciones unilaterales sobre el contenido de la “cabalgata” (sin caballos) de los Reyes Magos y sobre si los acompañantes del rey Baltasar pueden o no pintarse la cara de negro (con el argumento de que él se había criado con “niños negros o mulatos”, ¡nivelazo!).
Las imposiciones están documentadas, los animales no participaron y los pajes del rey Baltasar en los barrios no se pintaron la cara. El gobierno actuó de manera autoritaria y confundió torpemente una representación popular con un manifiesto antirracista que ni venía a cuento, ni tenía sentido, ni fue fruto de un diálogo sosegado con las entidades.
El actual equipo de gobierno ha demostrado en los últimos meses una arrogancia que está fuera de lugar. Cuando se le acaban los argumentos acusan de machista a un concejal el mes pasado, y ahora de racistas a otros dos; dejando en el aire la pelota del maltrato animal para que la rematen en redes sociales una turba que sí muestra una cierta animadversión sobre algún que otro animal del género homo.
Todos los partidos nos comprometimos el mes pasado a rebajar tensiones, y a la primera de cambio vuelven a brotar fruto de una irreflexión impropia del género humano. Todos culpables, pero el alcalde debió estar más atento y cortar la deriva de sus concejales, antes y ahora.
Javier González, portavoz del GM de Ciutadans en el Ayuntamiento de Terrassa
ResponderReenviar
|