Artículo del portavoz de Ciutadans de Terrassa, Javier González
Ciutadans propuso el pasado octubre un acuerdo para celebrar el día de la Constitución de manera institucional en el ayuntamiento de Terrassa. Era un texto sencillo que exponía un breve formalismo descriptivo y un párrafo donde se recogía una idea compartida de reforma, un texto “fácil” para que los partidos que no defienden abiertamente la independencia de Cataluña se pudieran sumar sin apuro. La propuesta no prosperó. Terrassa en Comú (TeC) votó en contra y el PSC se abstuvo. Interpretamos razones bien distintas, TeC hace suyo el combate ideológico contrario a la transición del año 1978, y que aglutina en buena medida un voto revanchista. Por otro lado, el PSC simplemente rehúye el debate ahondando en una indefinición que repele a sus simpatizantes.
Las líneas rojas que el independentismo traza, a la hora de abordar un debate político sobre el futuro de nuestro ordenamiento constitucional, hace que se desentiendan de forma interesada de la diversidad de actores que conforman el espacio público natural en el cual estamos todos insertos, España. Por parte del conservadurismo tradicional es obvia su aversión a cualquier posibilidad de cambio, a no ser que le retuerzan el brazo. Y así, la tensión es tan elevada que cualquier iniciativa que explore el mínimo común denominador viene contaminada de sospecha. Sin embargo, hay que insistir en que el diálogo debe partir de un punto de encuentro y qué mejor que aquel que sirvió para superar el totalitarismo del pasado y que ha proporcionado el mayor tiempo de paz y prosperidad para catalanes, madrileños, vascos, gallegos, extremeños o andaluces. Un marco de referencia poco discutible que garantiza un trato legal justo e igualitario para todos, siendo referente de actuación en la adopción de decisiones políticas y en la regulación de la vida colectiva.
Esta fundamentación para el diálogo democrático tiene que ver con un significado que desarrolló el filósofo alemán Jürgen Habermas, una idea que él incardina en la izquierda y que toma cuerpo en el patriotismo constitucional. Un concepto que la derecha tradicional española también incorporó en su momento, y que a partir de ese instante se interpreta como una ‘neoforma’ de fundamentalismo por parte de un supuesto progresismo radical y, sobre todo, por el nacionalismo independentista. El futuro en España quizás no se pueda transcribir solo desde el patriotismo constitucional, pero no se podrá avanzar dándole la espalda, como bien señala a mi entender Mateo Ballester Rodríguez (profesor de la UCM).
Desde los ayuntamientos también se puede defender la Constitución, como punto de encuentro y debate, como foro de entendimiento y progreso, apoyados en algo concreto y no suspendidos en retóricas ideológicas que no ayudan al acuerdo. Esta era nuestra intención. El independentismo ni siquiera quiere oír nada que no tenga que ver con darle la razón, el planteamiento de los Comunes/Podemos pasa por celebrar “su” Constitución (la de los demás no es verdadera), y el socio del PSOE en Cataluña pretende seguir desde la barrera los acontecimientos decepcionando a los que alguna vez le votaron, alineándose con los que ven a España como un estorbo.