Artículo de opinión de Javier González, portavoz del Grupo Municipal de Ciutadans (Cs) en el Ayuntamiento de Terrassa.
Cuando se trata de definir un concepto se suele caer en la tentación de que todo puede caber en él. Pero no es cierto. Si fuera así, cualquier cosa podría ser cualquier cosa. Esperemos que eso no ocurra con el plan sobre la marca Terrassa que se está trabajando desde el Ayuntamiento. Por eso esperamos que por su trascendencia, impacto y tradición, nuestra Festa Major no quede fuera.
Las marcas tienen que ver con la estética y con la imagen. Y en ese contexto, el cartel anual es la puerta de entrada a la Festa tanto para los ciudadanos de Terrassa como para quienes nos visitan esos días. Creo que hay que celebrar cómo se selecciona hasta ahora dicho cartel. El encargo que recibe la Escola Municipal d’Art i Disseny de la ciudad es correspondido siempre con calidad y originalidad, y a mi juicio especialmente en esta edición. Por ello, ¡mis felicidades a docentes y alumnado!
De momento parece que a ningún partido político de la oposición se le ha ocurrido “meter la mano” en esa elección, y que nadie se ha inventado un proceso participativo (donde solo participan los suyos) para politizar el contenido del cartel. Con la esperanza de no haber “dado ideas”, insisto en poner en valor un modelo de éxito que parte de una acción de gobierno municipal (democrático por definición), que se articula en un foro especializado, y con el que la ciudad se beneficia de un elemento identificativo que genera adhesión (más allá de los gustos personales). Todo lo contrario de lo que ocurrió con el pasado cartel de Carnestoltes, que fue un despropósito de principio a fin, y que propició que nos sacaran los colores como ciudad en medios de comunicación de ámbito nacional.
 
En nuestra Festa Major, la de todos y todas, no cabe todo porque si no ya no sería una Festa, sería otra cosa. Este año, la Festa, uno de nuestros mejores escaparates, ha sido objeto de instrumentalización política por parte de unos pocos, pero ha tenido la trascendencia propagandística buscada. La elección de los capgrossos Rull y Puig ha sido una ocurrencia que ha incomodado incluso a personas que defienden con vehemencia que son presos políticos, y ha aumentado la brecha con muchos ciudadanos que cada vez sienten más pereza para acercarse desde los barrios a un centro de la ciudad teñido de amarillo.
Nuestra Festa Major, la de todas y todos, es por suerte mucho más grande que el intento de unos pocos de aprovecharse de una histórica posición de privilegio en su organización para rendir homenajes a colegas, familiares y socios en una retahíla de performances que envuelven en un concepto de cultura que excluye a los que no compartimos su visión de la sociedad tarrasense y catalana.
Los esfuerzos por internacionalizar una marca Terrassa que propicie más riqueza y bienestar no pueden dejar al albur ese progreso de la ciudad, frente al peligro de intereses ideológicos cuya finalidad última responde a una visión romántica y provinciana. La cultura cuando es partidista deja de ser cultura para convertirse en propaganda. En Terrassa hay una cultura hegemónica fuertemente subvencionada que tiene la tentación de arrogarse la identidad de todos los tarrasenses y ponerla al servicio de una causa política. Y en la Festa Major de este año ha quedado descaradamente al descubierto. Es cosa de todos que nuestra Festa siga siendo de todos, como lo es el olimpismo y el jazz o el Parc de Vallparadís y la Seu d’Ègara.