Artículo de opinión de Javier González, portavoz de Cs Terrassa.

Un ayuntamiento, siendo la administración más cercana, tiene como principal misión ordenar el territorio y financiar y administrar los servicios públicos que son de su competencia: limpieza, agua, transporte, etc. Y colaborar con lealtad y respeto a la ley con el resto de las administraciones en beneficio de toda la ciudadanía. Más allá de los imperativos legales que delimitan su organización y funcionamiento, es obvio que los problemas que afectan a los ciudadanos y ciudadanas de un municipio afectan al “ánimo” de una administración tan próxima a las personas y debe ser su solución, en consecuencia, imperativo político de quien aspire a ser alcalde.

“¡Es la economía, estúpido!” Una frase que tiene que ver con una idea-fuerza de la victoriosa campaña de Bill Clinton contra Bush padre. Una frase que responde a la necesidad de centrar los debates sobre las necesidades reales de los ciudadanos. A más actividad económica más recursos para mejorar la limpieza, la seguridad, la educación, la sanidad, la vivienda, la protección social, la cultura. Pero la actividad económica necesita de unas premisas, oportunidades de desarrollo y capital humano. Las oportunidades tienen que ver con la situación de la ciudad en el mapa, pero también con cómo se orienta esa ubicación en relación a la movilidad, las infraestructuras y la gestión del suelo. Y todas esas oportunidades de desarrollo deben generar confianza para motivar a los inversores públicos y privados, un binomio que alcanza la excelencia cuando se incorpora el talento de las personas. Ese talento no se improvisa, por lo que su formación, atracción y retención son aspectos que hay que tener muy presentes en un entorno donde la tecnología está expulsando de los círculos productivos a los que tienen menos oportunidades educativas.

Terrassa tiene defectos y virtudes, déficits estructurales que la crisis han acentuado, pero también un tejido económico y social capaz de seguir el ritmo de los cambios tecnológicos y generacionales del mundo contemporáneo, incluso de liderar alguno de ellos. Un ayuntamiento como el de Terrassa con más de 2.000 empleados en plantilla, un presupuesto consolidado que se acerca a los 250 millones de euros, que gestiona recursos para más de 215.000 personas, y con un impacto socioeconómico en el Vallès proporcional a su título de tercera ciudad de Cataluña y en el top 25 de España, no puede simplemente contentarse con adaptarse a los nuevos tiempos para no ser un tapón al progreso. Para tener un papel principal en Cataluña y en España necesitamos no un ayuntamiento nuevo adaptado al cambio, sino un nuevo ayuntamiento que sea motor del cambio.

A veces el debate general, y político en particular, nos hace olvidarnos de lo fundamental. La finalidad, en el caso que nos ocupa, no es que un ayuntamiento gestione bien los recursos (eso debería darse por hecho), sino que esa buena gestión de los recursos no sea un obstáculo al anhelo de las personas por ser más felices. Sí, suena cursi, parece naíf, pero ¿no es acaso esa y no otra la máxima aspiración individual y colectiva?

 

 

Javier González, portavoz del GM de Cs en el Ayuntamiento de Terrassa